martes, 1 de octubre de 2013

Descubriendo el Mediterraneo



La Marea Verde, la Marea Blanca, el 15 M y un sinfín de concentraciones que reclaman, que se defienden, que se resisten a una verdadera Marea que amenaza diluir el castillo de arena donde se aloja “la Sociedad del Bienestar”.  

Una y otra vez, al ver en los medios la acción y capacidad de concentración de estos sectores de población, el Gobierno reacciona argumentando una y otra vez con un discurso que por lo que vemos deja al portavoz mudo ante semejante locución: “nosotros representamos a la mayoría silenciosa”. Este discurso resulta del todo desolador cuando nadie, no sólo el portavoz de turno, sino también los charlatanes de cualquier programa radiofónico que están ahí para analizar la actualidad política de nuestro país, se quedan mudos, sin voz, silenciados. Cuando escuchamos una y otra vez el argumento quedamos expectantes ante la esperanza de que se haya encontrado la forma de saltar esa piedra del camino y respondan satisfactoriamente.

El argumento sin duda alguna es un tanto perverso. Es un argumento que te echa del debate político, te expulsa del sistema, por eso mismo te diluye, te deja sin voz, te convierte paradójicamente en la minoría silenciada y con ello mismo arrebatado del “demos”,  de la “civitas”. El representante le ha robado la voz al representado, le hace callar, lógicamente por su bien aunque éste no lo conozca. Quedas condenado a ser libre por tu bien, por voluntad de la mayoría. La minoría no tiene voz porque se la han robado, quizás sólo pueda rugir desde la jaula. Yo creo que cuando un animal ruge desde una jaula, sólo grita.

Y es que hace falta construir un contraargumento de peso. Hace falta recuperar la voz, ganársela. Hace fala decir que es una democracia despótica la que apela a la mayoría, la que identifica mayoría con bien común, a la que mayoría se considera homogénea y no disidente, a la que no se toma a la minoría como parte del todo, a la que no se toma en serio al humano de carne y hueso, a la que si no tienes representación suficiente no tienes parlamento. Parece ser que para ser mayoría ha de ser silenciosa, y por lo dicho antes, sin voz eres una animal enjaulado en la libertad de tus barrotes. Pasar de un estado cívico a otro natural, he ahí la perversidad del sistema. El mismo Roussou lo formulaba al revés; se pasaba del estado de naturaleza al estado cívico cuando los individuos a través del pacto social enajenaban su interés particular en el interés general,  vía voluntad general. Y es que resulta ser un desconocimiento por parte de los que apelan a la mayoría en las urnas para desacreditar las reclamaciones de las minorías ruidosas. La confusión o desconocimiento, intencionado o no, (he ahí la categoría de nuestros políticos) proviene de no distinguir entre voluntad general y voluntad de todos. La voluntad general no es la suma numérica de los intereses particulares (voluntad de todos) sino del interés común. Rousseau reconoce que cada persona de hecho tiene sus propios intereses y su propia voluntad, que no necesariamente coincidirán con el interés general ni con la voluntad general: Cada individuo puede tener una voluntad particular contraria o diferente de la voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede ser muy opuesto al interés común pero para Rousseau, la sociedad es una verdadera sociedad cuando es la expresión de voluntad general, entendida como el bien común real. Esto presupone un pueblo homogéneo, sin contradicciones de ninguna clase, o en su defecto, que los individuos renuncian a cualquier deseo individual en nombre de los intereses colectivos, siempre que se sepa cuáles son esos intereses de toda la sociedad.  Sin duda valemos menos que la bala que nos mata.

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